Vivió hace tiempo una mujer que quería hacer la vida más justa a mujeres y a hombres. Se llamaba Clara Campoamor.
Nació en 1888 en Madrid. Siendo una niña perdió a su padre y tuvo que ponerse a trabajar para vivir.
Pero le gustaba tanto estudiar, que se esforzó para ir a la Universidad y para ser abogada. "Así -pensaba ella- podré defender los derechos de las mujeres". Y es que, en aquel entonces, en tiempos de nuestras abuelas, las mujeres no podían decidir y hacer cosas que los hombres sí podían hacer. Por ejemplo, ellas no podían votar, no podían decidir como querían que fuera su país y su ciudad, y tampoco podían trabajar como electricistas o ingenieras. Eso y otras muchas cosas, estaban prohibidas para ellas.
Clara Campoamor pensó que tenía que cambiar todo esto. En 1931 se presentó a las elecciones y salió elegida como diputada para las Cortes Constituyentes de la II República española.
Comenzó así a trabajar para que se hicieran leyes más justas. Y lo logró: el 1 de octubre de 1931, las Cortes españolas aprobaron que las mujeres pudieran votar, que tuvieran derecho a decidir por sí mismas cuestiones políticas, las que nos afectan a todos y a todas.
En 1936, al estallar la Guerra Civil, Clara, como muchas otras personas defensoras de la libertad, tuvo que escapar muy lejos y murió en Lausanne (Suiza) en 1972. Pero Clara nos dejó el regalo más bonito de todos: el reconocimiento de la igualdad de derechos de hombres y mujeres.
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